Antes de analizar la historia de la masonería costarricense, es conveniente realizar una breve descripción sobre la naturaleza de esta fraternidad que ha contado con la membresía de ilustres personajes alrededor del mundo. Según nos explica Claudio Antonio Vargas Arias: “La masonería es una agrupación secreta, de carácter iniciativo, no religiosa, filantrópica, simbólica y filosófica, fundada en un sentimiento de fraternidad humana. Uno de sus objetivos centrales es la búsqueda de la verdad por medio de la razón, por lo cual fomenta el desarrollo intelectual y moral de las personas, así como el progreso social. Los masones se organizan en estructuras de base denominadas logias”.
Los orígenes de la masonería moderna se ubican a finales del siglo XVII. Muchos de los librepensadores modernos, así como ilustres políticos han estado vinculados con esta, por tanto es común establecer nexos entre los movimientos independentistas y esta organización.
Pese a la creencia en un Ser Superior, denominado Gran Arquitecto del Universo (G.A.D.U.), los postulados masónicos no supeditan la admisión divina a una única fórmula religiosa o filosófica. Este planteamiento socavó los cimientos de la Iglesia Católica, pues, como muchas otras religiones, al pretender la exclusividad en la relación Dios-Ser humano, vio en la masonería un cuestionamiento sistemático a sus creencias y a su hegemonía. En Costa Rica, importantes políticos e intelectuales liberales formaron parte de la masonería que, caso curioso, fue establecida por dos sacerdotes: Francisco Calvo y Carlos María Ulloa.
Teniendo esto claro, podemos pasar a analizar los primeros hechos relacionados con la fundación de esta orden en nuestro país. La existencia de actividades masónicas y de costarricenses iniciados en la masonería antes del año 1865 es indudable, sin
embargo, las fuentes historiográficas que lo verifiquen son escasas, por lo que tratar de explicar su procedencia resulta algo complicado.